martes, 23 de mayo de 2017

The eternal party planner

Desde pequeña me han gustado las fiestas. Quizá no fui a muchas, porque no me invitaban, pero me gustaba organizarlas. 

No siempre me fue muy bien, especialmente con la ropa.

A los 10 años imaginé el vestido de mi Primera Comunión con un diseño lindo que había visto en un libro de patrones de costura de los años 60 de mi abuela, el cual curiosamente se usa en los vestidos de novia actuales, pero como no lo supe dibujar muy bien, no quedó como esperaba.

Para los 15 soñaba con unos guantes hasta el codo, de satín, como los que había visto en un video de Timbiriche...no los pudimos encontrar y no hallamos nadie que los hiciera, así que en su lugar fueron unos transparentes con mostacillas, pero solo cubrían la mano.



Para la graduación de bachillerato hicimos vestidos iguales con mi madre, pero a ella se le veía mejor, por una cuestión de menores proporciones superiores y porque aquí yo no tenía acceso a elementos de sujeción que soportaran adecuadamente lo de arriba.



Para la graduación de la universidad quería un vestido transparente de arriba, pero igual no lo supieron hacer como lo había imaginado, terminó pareciendo un babero sobrepuesto.



El vestido de boda...no, no hubo, no habrá...hoy estoy más convencida de eso que nunca.

Con las fiestas fue lo mismo, fail tras fail.

A la Primera Comunión llegamos tarde a la misa, por estar esperando a unos parientes. Yo estaba lista, pero no tenía poder de decisión, tenía que esperar a los adultos. Con lo independiente que era a esa edad perfectamente hubiera podido irme sola y decir “allá los espero” y no me habría perdido la entrada a la iglesia...en fin.

Para los 15, el niño que quería que fuera no llegó, en su lugar me tocó bailar la mitad de la fiesta con un amigo de mi papá de los AA de la línea del Dr Ayala, wow, lo que toda quinceañera quiere.

De la fiesta de bachillerato me sacaron a la mitad, justo cuando empezaba a divertirme, porque mi hermano menor tenía sueño y no soportaba el ruido de la disco.

A la graduación no fueron ninguna de las dos personas que quería que fueran, porque pensaban que el otro iba a ir.

Lo único que organicé medianamente con éxito cada año fue el cumpleaños, a excepción de las fechas relevantes, no sé, 25, 30...que hubiera querido hacer una misa y al final de cuentas no la hice. Lo que sí es que cada año era menos gente. En un momento de mi vida empecé a desistir de invitar a esas personas que invitaba año con año y que nunca llegaban, que ni siquiera llamaban para disculparse y que me hacían estar esperándolas en vano. En el último creo que había madurado lo suficiente para estar tranquila de partir el pastel solo con mi madre, una amiga de ella que es como una tía y mis hijos, aunque la única amiga a la que aun invito alcanzó a llegar.

Una vez a los 15 años le organicé una fiesta sorpresa en mi casa a quien en ese entonces pensaba mi mejor amiga. Tenía multipropósito, además de celebrarle a ella, me daba la oportunidad de invitar a mi casa al niño que me gustaba sin levantar ninguna sospecha, además en mi ingenuo proceder de “trata a los demás como quisieras que te trataran” pensaba que a lo mejor a ella se le ocurriría hacer algo así por mí luego...pero no.

Realmente, aparte de mi madre, nadie se ha tomado la molestia – o el placer, va – de organizar para mí alguna fiesta. Incluso los baby shower los he organizado - y pagado – yo misma, a excepción, claro, de los que ha organizado mi madre.

Pero es eso, siempre quise ser algo así como wedding planner, pero no solo de bodas, de cualquier tipo de fiesta.

Y me acordé de todo esto porque en esta semana he visto 2 películas sobre bodas: 27 dresses y Guerra de Novias. En ambas salen vestidos lindos, en 27 dresses la protagonista es una yo, hace todo por todos y no sabe decir que no. En las dos se evidencia una cosa que quizá los gringos hacen más, aunque no sé si aquí la alta sociedad lo acostumbra: la dama de honor. Sí, aquí la gente lleva damas de honor, pero al parecer en la cultura gringa es “la” dama de honor, la mejor amiga, la que le ayuda a organizar la boda, la que le hace la vida más fácil y menos tensa a la novia encargándose de todos los detalles y de que todo salga bien. En guerra de novias, el asunto es que las dos mejores amigas se van a casar el mismo día, y no logran encontrar una dama de honor porque justamente, eran una para la otra.

A veces mi madre y yo coincidimos en tener pocas amistades. Quizá yo estoy un peldaño más abajo. A ella una amiga la acompañó por 15 días seguidos, literalmente dejó su vida y se mudó a la casa con ella para acompañarla cuando murió mi padre, para que no estuviera sola. Difícilmente yo encontraría alguien en el mundo que hiciera eso por mí.

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